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miércoles, 26 de octubre de 2016

Electricidad en la Antigüedad

MUNDO MODERNO Y SABIDURÍA ANTIGUA. Parte XI

Electricidad en la Antigüedad


En 1938-1939 Wilhelm König, arqueólogo alemán, descubrió cerca de Bagdad una serie de ánforas de barro con los cuellos cubiertos con asfalto, y en su interior, unas varillas de hierro encerradas en cilindros de cobre. König describió su hallazgo en 9 Jahre Irak, publicado en Austria en 1940. Pensó que se trataba de baterías eléctricas. ¿Baterías eléctricas procedentes de la antigua Babilonia?


Pila de Bagdad
Pila de Bagdad. Imagen del blog Consciencia y Vida Magazine


Después de la 2ª Guerra Mundial, Willard Gray, de la “General Electric Company”, fabricó un duplicado de estas baterías de 2.000 años de antigüedad, llenándolas con sulfato de cobre en lugar del desconocido electrolito, que con los años se había evaporado. Fue probada la batería gemela de la antigua pila babilónica en forma de vaso,… ¡y funcionó!
Ésta es una prueba concluyente de que efectivamente, los babilonios utilizaron la electricidad. En vista de que una serie de artículos galvanizados habían sido descubiertos en esa misma zona geográfica, se presumió que uno de los usos de la batería era la galvanización.

La fecha de los materiales galvanizados era del año 2.000 antes de J.C., es decir, que tenían dos mil años más de antigüedad que las pilas de cerámica de König. Queremos hacer mención expresa de que la galvanización no fue “descubierta” hasta principios del siglo XIX. Una vez más se demuestra cómo un proceso tecnológico utilizado hace 4.000 años fue redescubierto en los tiempos modernos.

La presencia de baterías en la arcaica Babilonia indica que en la Antigüedad debieron de utilizarse ciertos aparatos eléctricos. El profesor Danis Saurat halló las pruebas de ingenios eléctricos en el antiguo Egipto. Quizás éstos podían explicar aquellos misteriosos relámpagos de luz procedentes de los ojos de Isis que los devotos de la época pudieron contemplar.

Los autores clásicos, una vez más, dejaron muchos relatos en sus obras que demostraban la realidad de la existencia de lámparas incandescentes en la Antigüedad. Por desgracia, no hay forma de descubrir si estas lámparas brillaban por efecto de la luz eléctrica, o bien gracias a otra clase distinta de energía.

Numa Pompilio, segundo rey de Roma, tenía una luz perpetua brillando en la cúpula de su templo. Plutarco habla de una lámpara que quemaba a la entrada del templo de Júpiter-Amón, y de la que sus sacerdotes decían que había estado encendida durante siglos.

Luciano (120-180 después de J.C.), escritor satírico griego, nos ofrece un relato detallado de sus viajes. En Hierápolis, Siria, pudo ver una joya que resplandecía en la cabeza de la diosa Hera, capaz de iluminar con claridad todo el templo durante la noche. En este mismo sentido, el templo de Hadad (Júpiter) en Baalbek, estaba provisto de otro tipo de iluminación: piedras resplandecientes.

Una hermosa lámpara dorada en el templo de Minerva que podía estar encendida durante todo un año fue descrita por Pausanias (Siglo II). San Agustín (354-430 después de J.C.) nos dejó en una de sus obras una descripción de una lámpara maravillosa. Fue localizada en Egipto en un templo bajo la advocación de Isis, y San Agustín afirma que ni el viento ni el agua podían apagarla. Una lámpara incandescente fue hallada en Antioquía, durante el reinado de Justiniano en Bizancio (siglo VI). Una inscripción indicaba que había estado ardiendo durante más de 500 años.

A principios de la Edad Media, una lámpara perpetua procedente del siglo III fue hallada en Inglaterra, habiendo estado encendida por tanto durante siete siglos.

Cuando en 1401 fue abierto cerca de Roma el sepulcro de Pallas, inmortalizado por Virgilio en su inmortal Eneida, se halló que la tumba estaba iluminada por una linterna perpetua que había estado encendida durante más de 2.000 años.

Un sarcófago que contenía el cuerpo de una mujer joven de estirpe patricia, fue hallado en la Via Apia, Roma, en abril de 1485. Al quitar el ungüento oscuro que preservaba el cuerpo de la descomposición, la muchacha apareció con aspecto viviente, labios rojos, cabello oscuro y figura bien proporcionada. Fue exhibida en Roma y vista por veinte mil personas. Al abrir el cerrado mausoleo, una lámpara encendida dejó estupefactos a los hombres que trabajaban en él. ¡Debía de haber estado ardiendo durante 1.500 aós!

En su obra Edipo Egipcíaco (Roma, 1652), el jesuita Kircher se refiere a lámparas encendidas halladas en las bóvedas subterráneas de Menfis.

Resulta evidente, tan sólo a partir de las baterías babilónicas, que la electricidad fue conocida por los pueblos de Oriente en un remoto pasado.

El siguiente texto pertenece a la obra “Agastya Samhita”, de la antigua India:
“Colocar una plancha de cobre, bien limpia, en una vasija de barro, cubrirla con sulfato de cobre y, luego, con serrín húmedo. Después de esto, poner una capa de mercurio amalgamado con cinc encima del serrín húmedo, para evitar la polarización. El contacto producirá una energía conocida por el doble nombre de Mitra-Varuna. El agua se escindirá por la acción de esta corriente en Paravayu y Udanavayu. Se dice que una cadena de cien vasijas de este tipo proporcionan una fuerza muy activa y eficaz”.

Agastya Samhita


El Mitra-Varuna lo conocemos hoy como cátodo-ánodo, y Pranavaty y Udanavayu son conocidos por nosotros como oxígeno e hidrógeno. Este documento demuestra también la presencia de electricidad hace mucho, mucho tiempo.

En el templo de Trevandrum, Travancore, el reverendo Mateer de la Misión protestante de Londres, vio “una gran lámpara dorada que había estado encendida más de 120 años”, en una cueva en el interior del templo.

Los descubrimientos de lámparas incandescentes en los templos de la India, y la antigua tradición de las lámparas mágicas de los nagas – dioses y diosas en forma de serpiente que vivían en cuevas subterráneas del Himalaya – hacen pensar en la posibilidad de la utilización de luz eléctrica en una era por nosotros ya olvidada.

Cerca del monte Wilhelmina, en la mitad occidental de Nueva Guinea, hay una aldea que posee “un sistema de iluminación artificial igual, si no superior, al del siglo XX”, como afirmó C.S. Downey en una conferencia sobre “iluminación y tráfico urbano” en Pretoria, Sudáfrica, en el año 1963.

Los comerciantes que llegaron a esta pequeña aldea, perdida en las altas montañas, dijeron que “se habían quedado asombrados al ver muchas lunas suspendidas en el aire y brillando con gran resplandor durante toda la noche”. Estas lunas artificiales eran pesadas bolas de piedra montadas sobre columnas. Después del crepúsculo comenzaban a brillar con una extraña luz, parecida al neón, e iluminaban todas las calles.

Ion Idriess es un conocido escritor australiano que vivió entre los isleños del estrecho de Torres. En su obra Sueños del Mar, habla de una historia acerca de las “booyas” que oyó contar a los ancianos aborígenes. Una booya es una piedra redonda metida en una gran caña de bambú. Sólo había tres de estas piedras. Cuando un jefe apuntaba esa piedra redonda hacia el cielo, centelleaba un rayo de luz azul verdosa. Esta “luz fría” era tan brillante que los espectadores parecían estar envueltos en ella.

Hay leyendas parecidas de piedras brillantes en otra zona que está al lado opuesto del océano Pacífico: Sudamérica. Barco Centenera, cronista de los conquistadores, escribió acerca del descubrimiento de la ciudad de Gran Moxo, cerca de las fuentes del río Paraguay, en el Matto Grosso. En una obra fechada en 1601 describe esta ciudad isleña con estas palabras:

“En la cúspide de una columna de casi ocho metros de altura había una gran luna que iluminaba todo el lago, disipando la oscuridad”.

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