Mundo Moderno y Sabiduría Antigua. Parte 7.
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El oro alquímico fue el sueño dorado |
Los eruditos de muchos siglos
creyeron que los elementos químicos eran estables y que no podían
transformarse; éste era uno de las razones por las que los alquimistas fueron
tachados de charlatanes e idiotas. El físico inglés Rutherford echó esta teoría
por tierra dando la razón a los alquimistas en el año 1919 cuando transmutó
nitrógeno en oxígeno e hidrógeno al bombardear al primero con helio. Fue la
primera transmutación “oficial” de la ciencia moderna.
Teniendo en cuenta el gran costo
en materiales que conllevaba un laboratorio alquímico, se puede considerar que
era absurdo realizar tamaña inversión de dinero, tiempo y salud, si no tenían
una esperanza de alcanzar resultados materiales positivos en sus experimentos.
Y si no obtenían beneficios, ¿cómo podían mantener esas instalaciones tan
caras?
Es verdad que hubo muchos fracasos
y abandonos a lo largo de los años, pero el número de individuos que
persistieron en su “quimera” fue sorprendentemente alto.
En torno al año 300 de nuestra era
el emperador romano Diocleciano promulgó en Egipto un edicto en el que ordenaba
que fueran quemados todos los libros que trataban sobre “el arte de fabricar oro y plata”, lo cuál demuestra que dicho arte
existía.
Este es el mismo emperador que
ordenó destruir todos los lugares de culto cristiano, así como todos sus libros
y todos sus seguidores.
El decreto contra la Alquimia y sus
practicantes era de la misma clase, y posiblemente la existencia de oro producido
artificialmente era considerada tan real como la presencia de cristianos.
El motivo para semejante actitud
frente a la Alquimia
no es difícil de entender. Diocleciano entendió perfectamente que el oro es
poder. Un alquimista capaz de fabricarlo con costes inferiores al natural podía
convertirse en una amenaza para el Estado y para su Economía. Un hombre así era
capaz de comprar terrenos, e incluso funcionarios.
A modo de ejemplo citaremos el
caso del millonario Didio Marco, que era guardia pretoriano, y compró todo el
Imperio por una cantidad de 35 millones de dólares actuales, aunque pronto fue
decapitado por el emperador Septimio Severo.
El templo de Ptah, en Menfis
(Egipto) poseía fundiciones de acuerdo a las informaciones proporcionadas por
el alquimista Zósimo (año 300 de nuestra era). El dios Ptah era considerado
como el protector de los alquimistas.
De hecho las nombres de Química y
Alquimia provienen ambas en su origen de la palabra egipcia Khemt.
En el siglo VIII el árabe Jabir
(Gener) sistematizó los conocimientos alquímicos de la época provenientes de
Egipto y por eso es considerado como el padre de esta ciencia. Pero también hay
que señalar que Jabir figura en la historia de la Química moderna.
Otro hecho importante a tener en
cuenta a la hora de hacer una aproximación a la Alquimia es su gran
extensión geográfica. Fue conocida en China, la historia de Chia la menciona en
el año 133 antes de J.C. Pero aún más
antiguo es el Tratado de elixir refinado
en nueve calderos que fue hallado en una caverna por Chang Tao-ling, que
estudio en a Academia Imperial de Pekín. Se cree que este Tratado fue hecho por
el propio Emperador Amarillo (siglo XXVI antes de J.C.)
En la China del año 175 antes de
J.C. se promulgó una ley contra la
práctica de la falsificación del oro mediante métodos alquímicos. Esto nos
prueba que la Alquimia
debió de tener una existencia mucho más larga de la que podamos imaginar si
llegó a convertirse en un problema para el erario del Imperio, y además prueba
también que la producción debió de ser lo bastante alta como para que el
gobierno central sintiera miedo.
La opinión mayoritaria de los
alquimistas de Egipto, India, China y Europa Occidental era que el mercurio y
el azufre tenían grandes propiedades para la transmutación. Esta unanimidad
resulta cuando menos extraña si tenemos en cuenta las largas distancias que hay
entre esos países, sobre todo en aquellos tiempos.
Si tenemos en cuenta que el hecho
de fabricar oro artificialmente colocaba a sus practicantes en una situación
más que delicada a causa de envidias, malicia, saqueos y la propia inquina del
poder gubernamental, es normal que los alquimistas utilizaran un lenguaje
oscuro y metafórico en sus textos. Más aún si se era un alquimista europeo en
tiempos de la Inquisición
que como todos sabemos no se andaba por las ramas.
A pesar de todo esto, durante el
siglo XIII y XIV, la Alquimia
se difundió tan ampliamente que atrajo la atención de otro enemigo poderoso, el
Vaticano. Esta ciencia fue prohibida en la bula Spondent Pariter del Papa Juan XII en el año 1317, que condenaba a
los alquimistas y ponía además altas multas a los estafadores que se lucraran
con los negocios de la transmutación.
Si al Alquimia llegó a Europa
entre los siglos VIII y XI fue gracias a sabios árabes como Jabir, Al Razi,
Farabi o Avicena (Ibn Sina), y a los que a través de sus viajes trajeron con
ellos costosos libros y manuscritos que versaban sobre este tema.
El rey Enrique IV de Inglaterra
promulgó un acta en el año 1404 en la que declaraba que la multiplicación de los metales era un crimen contra la Corona. Debemos señalar que en
esa época ocurrían la Guerra
de los Cien Años y la
Revolución de los Campesinos. Un rey con tanta necesidad de
dinero no debía sentirse muy inclinado a perder esa fuente de financiación para
sus empresas.
Al mismo tiempo, ese mismo rey
otorgó permiso a John Cobbe y a John Mistelden para practicar “el arte filosófico de la conversión de los
metales” para producir oro que era utilizado en al acuñación de monedas.
Este permiso fue aprobado por el Parlamento. Esto demuestra que la realeza no
toleraba la fabricación de oro alquímico, a no ser que fuera su propio Tesoro
el destinatario del mismo.
Es muy significativa también la
derogación en 1688 (más de dos siglos después) del anterior permiso por parte
de Guillermo y María de Inglaterra. “…desde
la elaboración del susodicho decreto diversas personas han llegado a una gran
habilidad y perfección en el arte de fundir y refinar metales…”.
El Acta de Casación decía que los
ingleses debían partir a países extranjeros para ejercer “ese arte filosófico”
con gran pérdida del reino, por lo que “todo el oro y la plata que hubieran
obtenido gracias a ese arte” debía volver al Tesoro de Sus Majestades sito en la Torre de Londres.
En el Departamento de Monedas y
Medallas del Museo Británico de Londres se exhibe una bala de oro alquímico con
la siguiente leyenda (sic): “Oro fabricado por un alquimista a partir de una
bala de plomo, en presencia del coronel MacDonald y el doctor Colquhoun, en
Bupora, en el mes de octubre de 1814” .
Johann Helvetius, médico del
príncipe de Orange en el siglo XVII, tenía fama de haber triunfado en la
transmutación de los metales. El inspector general del Tesoro de Holanda, de
nombre Porelius, tomó un trozo de oro alquímico y lo llevó al joyero Brechtel
para peritarlo. El resultado fue que después de la transmutación había cinco
gramos más de oro que antes de la prueba.
¿Qué es la transmutación de los metales?
El plutonio es un elemento que no
existe en la Tierra ,
pero que puede ser creado por los físicos nucleares. Esto es transmutación.
Transformar el mercurio en oro
significaría cambiar la estructura atómica del mercurio, su número de
electrones con sus órbitas, y su número y posición de protones y neutrones que
es lo que determina a un elemento.
Es curioso que el oro alquímico se
obtuviera siempre a partir de mercurio o plomo. En la tabla periódica de
elementos de Mendeleiev del año 1879 que todos hemos estudiado en el colegio,
el número atómico del oro es 79, el del mercurio 80, y el del plomo 82, Dicho
de otra forma, son vecinos de apartamento.
¿Habían descubierto los
alquimistas las tablas de elementos y sus propiedades siglos antes que Mendeleiev?
Podemos describir perfectamente a
Alberto Magno (siglo XIII de nuestra era) como un pionero de la Ciencia moderna. Él
escribió y mucho sobre Astronomía y Química. También creía que era una realidad
la transmutación alquímica, y llegó a dictar normas y reglas para practicarla,
por ejemplo “evitar cuidadosamente la
asociación con príncipes y nobles, y cultivar la discreción y el silencio”.
El gran Roger Bacon (¿1214?-1294)
no dejó bajo lenguaje cifrado una fórmula para fabricar cobre, que fue
descifrada por William Newbold. En la Biblioteca de la Universidad de Pensilvania
guardan un matraz con esta etiqueta del 1 de diciembre de 1926: “Esta retorta contiene cobre metálico
elaborado según la fórmula secreta de Roger Bacon”.
El insigne doctor Paracelso
(1493-1541) descubrió el cinc y fue la primera persona en identificar el
hidrógeno. Pero su fama como alquimista fue lo que le dio la inmortalidad, al
menor la literaria, y fue tan grande que después de muerto se abrió su tumba en
Salzburgo porque se rumoreaba que junto a él se habían enterrado grandes
tesoros y saberes alquímicos, aunque nada de esto fue hallado al exhumar el
cadáver.
Otra figura clave de la historia
de Alquimia es Nicolás Flamel (1330-1418). En su obra Figuras jeroglíficas narra que le fue ofrecido un tomo muy antiguo
de Abraham el Judío y que lo compró.
Junto a su esposa Pernelle pasaron años estudiando el libro hasta llegar a la
conclusión de que era un tratado de Alquimia.
Usando dicho libro, Flamel
consiguió el 17 de enero de 1382,
a los 52 años, su primera transmutación de media libra
de mercurio en plata pura. El 25 de abril lo conseguiría con el oro.
Nicolás Flamel construyó muchos
hospitales e iglesias en París gracias al dinero de sus trabajos alquímicos. El
mismo lo admite cuando escribe: “En el
año 1413, después del transito de mi fiel compañera a la que echaré de menos el
resto de mi vida, ella y yo ya habíamos fundado y financiado catorce hospitales
en parís, además de tres capillas completamente nuevas, decoradas con costosos
regalos y que se benefician con buenas rentas, siete iglesias con numerosas
reparaciones hechas a sus cementerios, así como lo que ya habíamos hecho en
Boulogne que es apenas menos de lo que hicimos aquí”.
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Placa conmemorativa de la casa de Nicolás y Pernelle Flamel en París |
El libro de Abraham el Judío probablemente no es ficticio, puesto que consta
inscrito en el Catalogus librorum philosophicorum
hermeticorum, del doctor Pierre Borelli en el año 165, una persona que
desde leugo no puede ser calificada como común, ya que en su época ya imaginaba
“barcos aéreos con lo que aprender la
verdad sobre la pluralidad de mundos”.
Igualmente de espectacular fue el
caso del alquimista inglés George Ripley (siglo XV). Elías Ashmole, famoso por
su colección legada a la
Universidad de Oxford y conocida como Museo Ashmoleano, cita
un documento de la isla de Malta según la cual, sir George Ripley hacía una
contribución anual de cien mil libras a la Orden de San Juan de Jerusalén, en Rodas, para
ayudarles en sus luchas contra los turcos y a favor de los Santos Lugares.
Anteriormente hemos mencionado al
Papa Juan XXII al hablar de las prohibiciones contra la Alquimia. Pues resulta que
tenía una gran interés por esta ciencia. Tanto es así que escribió un tratado
alquímico Ars Transmutatoria, en la
que narra como trabajando en Aviñón (Francia) sobre la piedra filosofal, había
“fabricado” doscientas barras de oro con un total de cien kilos.
Tras su muerte en el año 1334 se
hallaron en el tesoro papal 25 millones de florines cuyo origen nunca pudo ser
explicado, especialmente en una época en la que el enfrentamiento entre Aviñón
y el Vaticano estaba tan candente y hacía que las rentas fueran tan escasas.
En el Museo Kunsthistorisches de
Viena se puede ver una pieza catalogada como un Alchimistisches Medaillon: una medalla oval de 40 cm por 37 cm de tamaño que pesa 7 kilogramos . El
tercio superior es de plata, pero los otros dos tercios son de oro puro.
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Alchimistisches Medaillon: Oro Alquímico totalmente REAL |
En el año 1675 se acuñó en el
Imperio Austríaco un ducado especial con la imagen del emperador Leopoldo I
partiendo de oro alquímico producido por el propio soberano. En el reverso
puede leerse: “Con el polvo de Wenzel
Seiler fui transformado de estaño en oro”.
En el año 1897 el doctor británico
Stephen Emmens, que vivía en la ciudad de Nueva York, declaró que había
descubierto el método para transmutar la plata en oro. En un período de poco
más de un año, el citado doctor vendió oro por valor de diez mil dólares a la
“Assay Office” de Estados Unidos, en Wall Street.
El New York Herald es el testigo de excepción que nos ha legado la
prueba con este titular de uno de sus periódicos: “ESTE HOMBRE FABRICA ORO Y LO
VENDE AL TESORO DE LOS ESTADOS UNIDOS”. La “Assay Office” admitió que le
compraba oro, aunque no podía asegurar que ese oro fuera “fabricado”.
Poniendo los pies en la tierra
podemos decir que tiene poca importancia si los alquimistas pudieron transmutar
metales y fabricar oro. Lo realmente importante es que creyeron en la IDEA de que un elemento
químico podía ser transformado en otro. Hasta la llegada de Curie y Rutherford,
la Ciencia
oficial había negado tajantemente esa posibilidad.
Una vez más los conocimientos del
mundo antiguo superaron y por mucho a los del mundo moderno.
Para acabar esta larga entrada
queremos hacer una breve reflexión. Hemos visto en esta entrada algunas de las
muchas prohibiciones que hubo contra la Alquimia a lo largo de la Historia.
En nuestros tiempos modernos
podemos ver en nuestras carreteras señales que prohíben ir a más de X
velocidad, por la sencilla razón de que los automóviles están preparados para
ir más rápido; igualmente, en casi todos los edificios públicos hay carteles
donde leemos “Prohibido fumar”, eso se debe a que cualquier persona puede
entrar en un estanco y comprar un paquete de cigarrillos.
Entonces, ¿por qué hubo “carteles”
en los que se ponía Prohibido fabricar
oro?
Bibliografía:
La conexión cósmica - Carl Sagan
Alquimia - Titus Burckhardt
Astronaves en la Prehistoria – Peter Kolosimo
El Mago - John Fowles
El Gran Arte de La Alquimia - Jacques Sadoul
El Mensaje Oculto de La Esfinge - Colin Wilson
Enigmas Arqueológicos - Luc Burgin
Enigmas Sin Resolver – Iker Jiménez
La Arqueología Misteriosa - Michel Claude Touchard
Profeta del Pasado - Erich Von Daniken
Shambhala - Andrew Tomas
Stonehenge - Fernand Niel
Enigmas De La Historia - Taylor Jeremy
El retorno de los brujos – L. Pauwels y J. Bergier
Recuerdos del futuro - Erich von Daniken
Dioses, tumbas y sabios – C.W. Ceram
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