La palabra karma, de origen oriental y cuyo significado literal es sencillamente
“acción” o “causa y efecto”, se utiliza para definir una antigua creencia según
la cual el bien o el mal que haya hecho una persona le será devuelta en esta u
otra vida.
Dicho de otro modo, todo cuanto hacemos,
provoca unos efectos que, a su vez, son la causa de efectos ulteriores, en una
reacción en cadena, tan inevitable como las ondas que se crean en la superficie
del agua cuando arrojamos una piedra.
Esta relación nos obliga, tarde o temprano, a
restaurar el equilibrio roto por nuestras acciones, recogiendo los frutos de
aquello que sembramos, bueno o malo, y pagando las deudas pendientes.
Dado que el Universo tiene como principio
básico la evolución, todo lo que suceda dentro de los límites del karma humano
contribuye a un mayor progreso espiritual.
Pero para restaurar el equilibrio, restaurar
el karma y obtener un nivel de desarrollo que permita al hombre alcanzar un
estado superior, no bastará con una sola vida.
Es cuando entra en escena otra ley cósmica,
la denominada Ley de la Reencarnación.
La teoría de la reencarnación sostiene que el
alma humana renace en la tierra una vez tras otra, encarnándose físicamente
para aprender las lecciones que su espíritu le ha impuesto y enfrentar las
consecuencias de sus actos hasta que restablezca el equilibrio y esté
suficientemente evolucionada para alcanzar un estado superior de conciencia,
cumpliendo de esta manera la Ley del Karma.
Esta creencia estuvo muy extendida en la
Antigüedad, e incluso los primeros cristianos creyeron el ella, “el que a hierro
mata a hierro muere”.
En la actualidad, estos principios se
mantienen tanto entre los budistas como entre los practicantes de la wicca.
Tanto la Ley del Karma como la Ley de la
Reencarnación se encuentras representadas en las cartas del Tarot.
El karma se relaciona con la carta de la
Justicia, el Arcano VIII y la reencarnación con el Juicio, el Arcano XX.
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