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viernes, 12 de febrero de 2016

Astronomía en la Antigüedad (2ª Parte)



Mundo moderno y Sabiduría antigua. Parte 4

Continuamos con la entrada sobre la Astronomía en la antigüedad que dejamos sin acabar el otro día.

Pasemos ahora a hablar de la Luna.
El Surya Siddhanta se refiere en un pasaje al “radiante Sol que abastece a la Luna con sus rayos de luz”, aludiendo a que la Luna no tiene luz propia y refleja la del Sol.

La Luna
La Luna y su influjo en las aguas



Parménides (siglo VI antes de J.C.) afirmó: “Ilumina las noches con luz prestada”.
Empédocles (494-434 antes de J.C.) dijo: “La Luna da vueltas en torno a la Tierra con luz prestada”.
Demócrito explicó veinticinco siglos antes de las misiones Apolo: “¿Aquellas señales que se ven en la Luna? Son las sombras de montañas y valles profundos”.
Por la misma época Anaxágoras escribió: “Es la Luna lo que oscurece al Sol durante el eclipse”. También fue el primero en aseverar que durante un eclipse lunar, es la sombra de la Tierra lo que oscurece la Luna.

Una antigua tradición brahmánica indica que la Luna es más vieja que la Tierra. Esta creencia no tiene ninguna explicación lógica.
Pero en el otro extremo de nuestro planeta, los mayas representaban a la Luna como un anciano con caparazón de concha. La diosa Luna del antiguo México, Ixchel, era considerada como la Abuela.
La Enciclopedia Británica indica que en la religión de muchos pueblos primitivos la Luna está considerada como el primer hombre que murió.
Las muestras de minerales lunares que fueron traídas a la Tierra por la misión Apolo XI parecen corroborar esta tradición. Se ha calculado una edad para las rocas lunares de unos 4.600 millones de años. Los minerales más antiguos de nuestro planeta azul tienen sólo unos 3.300 millones de años.

Los antiguos pueblos descubrieron también la relación existente entre las mareas y la Luna. El anteriormente mencionado Seleuco atribuyó correctamente las mareas de los océanos a la atracción lunar.
Los sabios de China también afirmaban que la atracción de la Luna era la responsable de que se elevara el nivel del mar.

Julio César fue un gran general, aunque un pésimo científico, pero incluso así se dio cuenta (y de tal forma lo relató) que cuando hay luna llena las mareas son más altas, por lo que esperó a las altas mareas de primavera para desembarcar en la “pérfida Albión” (nombre debido a los blancos acantilados de Dover, Inglaterra). Esto ocurrió como todos sabemos hace más de 2.000 años.

En el siglo XVI de nuestra era, el gran astrónomo Johannes Kepler enunció su teoría de que las mareas eran provocadas por la Luna. ¿Imagináis ya la reacción? Sí, fue duramente criticado y no pudo defenderse como a él le hubiera gustado, ya que un pariente suyo había sido quemado por brujo y su madre había fallecido encadenada en prisión. Los tiempos oscuros vuelven a hacer acto de presencia y con ellos la pesada carga de incultura, pérdida de conocimientos antiguos y falta de desarrollo que les debemos.

El astrónomo persa Abul Wafa (siglo X de nuestra era) estudió sobre la “variación de la Luna”. Su trayectoria es una elipse y en la fase de la luna nueva se encuentra 3.219 kilómetros más cerca de la Tierra, y 2.575 kilómetros más lejos en el último cuarto.
Comúnmente se atribuye este descubrimiento a Tycho de Brahe (1546-1601), pero fue su colega árabe quien escribió sobre seis siglos antes.


En nuestro pequeño viaje sideral pasamos ahora a hablar sobre el Sol.
Anaxágoras: “El Sol es una vasta masa incandescente de metal”. Bonitas palabras de hace más de 2.500 años, en plena época del culto a Apolo como dios del Sol, lo que le valió el exilio al gran sabio griego.
En esa misma época Demócrito aseveró que el tamaño del Sol es inmenso.

Antes de Galileo Galilei nadie sabía nada de las manchas solares. Además era “imposible” que un cuerpo estelar tan perfecto y divino tuviera manchas.
Hace 2.000 años los chinos ya llevaban registros astronómicos sobre las manchas solares.

El Vishnu Purana dice: “El Sol está siempre en el mismo lugar”, refiriéndose a su aparente movimiento de Este a Oeste, e indica por tanto que es la Tierra la que se mueve.
Esto nos recuerda al pobre Galileo y su famosa frase tras su forzada retractación ante la Iglesia: “Eppur si muove”.

Astronomía


En el antiguo México había también un grandísimo grado de desarrollo de la Astronomía.
Según los avanzados cálculos actuales, la duración del año es de 365.2422 días.
Nuestro calendario gregoriano lo estima en 365.2425
Pero lo mayas lo calcularon en 365.2420 días que es lo más próximo que se ha llegado nunca a la cifra correcta. Dicho de otra forma, los antiguos indios de América Central tenían un calendario más preciso que el que usamos hoy en día en esta Edad de la Ciencia.

Los mayas de Copán estimaban la duración del mes lunar en 29.53020 días, y los mayas de Palenque en 29.53086.
Según la Astronomía oficial la cifra correcta es de 29.53059 días.
¡Y se supone que los mayas no tenían instrumentos de precisión!

La estela I de El Castillo, en Santa Lucía, Cotzumahualpa (Guatemala) describe el tránsito de Venus sobre el disco solar el 25 de noviembre del año 416.

En el Museo Británico hay inscripciones babilónicas que hablan de los cuernos de Ishtar (Venus), o el creciente de Venus. Este creciente sólo es visible a través de telescopio.
Los babilonios no llamaron a Ishtar (Venus) “Hermana de Júpiter”, que es mucho más brillante, sino Hermana de la Luna, o incluso Poderosa Hija de la Luna, y esto ya es un dato significativo.

Fue Galileo, una vez más, en 1610 quien realizó la primera observación de las fases de Venus. Dejó escrito: Cynthiae figuras aemulator Mater Amorum (La Madre del Amor,  Venus, imita las figuras de Cynthia, la Luna).

Los sabios babilónicos también investigaron los cuatro grandes satélites de Júpiter, y no, éstos tampoco se pueden ver sin telescopio.
Y también fue Galileo el que “descubrió” las cuatro lunas de Júpiter.

Los satélites de Saturno fueron descubiertos por Gassini, Huygens, Herchel y Bond gracias al telescopio.
Pero los babilónicos ya los conocían siglos antes y sin ese poderoso instrumento.

La tribu de los dogones de Sudán tiene una fijación con  el “compañero oscuro de Sirio”.
Sólo los más poderosos telescopios como el del Monte Palomar pueden ver ese compañero opaco de la brillante estrella Sirio.

Como describimos en una entrada anterior, hace unos pocos siglos los científicos y clérigos europeos creían en una Tierra fija, el centro del Universo, e incluso en una Tierra plana con una tapa con agujeros (las estrellas) que permitía ver la luz del paraíso.
En el siglo V antes de J.C. Demócrito decía: “El espacio está tachonado de miríadas de estrellas y al Vía Lactea es tan sólo un gran conglomerado de distantes estrellas”, y en esa época se calcula que a ojo humano sólo eran visibles 6.000 estrellas en el cielo nocturno.
Usando su cerebro, Demócrito llegó a la conclusión correcta que posteriormente tan sólo fue re-descubierta con el paso de los siglos.

Tales de Mileto (640-546 antes de J.C.) llegó a la conclusión de que las estrellas estaban hechas de la misma sustancia que la Tierra.
Hace veintitrés siglos Aristarco de Samos afirmó que “Las distancias que nos separan de las estrellas son inconmensurables”.
Demócrito también aseveró que “Existen más planetas de los que podemos ver”.
Séneca (siglo I de nuestra era) escribe en su obra Cuestiones naturales: “¡Cuántos cuerpos celestes deben de girar que no son vistos por el ojo humano! ¡Qué descubrimientos están reservados a los tiempos venideros, cuando nuestro recuerdo ya no exista!”
Hubo que esperar hasta hace algo más de dos siglos para “descubrir” Urano, Neptuno y Plutón, aunque posteriormente éste haya sido tachado de la lista, ya fue intuido por los antiguos.
En tiempos de Séneca se conocían unos pocos millares de estrellas. Hoy en día se conocen millones de ellas.



Pasamos a otro tema peliagudo, la vida en otros planetas desde el punto de vista de las antiguas civilizaciones.
Heráclito (540-475 antes de J.C.) y todos los discípulos de Pitágoras consideraban cada estrella como el centro de un sistema planetario.
Demócrito enseñaba que los mundos nacen y mueren, y decía que “sólo algunos de estos mundos que hay en las estrellas son aptos para la vida”.
Anaxágoras (500-428 antes de J.C.) escribió sobre “otras Tierras que producen el necesario sustento a sus habitantes”.
Metrodoro de Lámpsaco (siglo III antes de J.C.) creía en la pluralidad de mundos habitados. Aseguraba que creer que la Tierra era el único planeta habitado en el espacio era tan erróneo como creer que en un campo de trigo solamente crece una espiga con grano.
Epicuro (341-270 antes de J.C.) también estaba convencido de que la vida no podía limitarse únicamente a nuestro mundo.
El poeta romano Lucrecio (98-55 antes de J.C.) escribió que “es altamente improbable que la Tierra y el Cielo sean lo único que se haya creado”.
Según Cicerón (106-43 antes de J.C.) “el reino de los cielos está poblado por una muchedumbre de genios”.

¿Podemos considerar todo esto como una mera especulación sin fundamento? Si es así, ¿por qué países tan distantes unos de otros como México, India, Egipto, China, Grecia o Babilonia hicieron idénticas aseveraciones?

Los Vedas de la India son muy precisos a la hora de mencionar “la vida en otros cuerpos celestes más allá de la Tierra”.
Teng Mu, un sabio de la dinastía china Sung, nos legó un resumen de los pensadores de su país sobre este tema: “Cuán irrazonable sería suponer que, a parte de la Tierra y el firmamento que podemos ver, no existen otras tierras y otros firmamentos”.



Vamos a referirnos ahora brevemente a otro tema que durante muchos siglos ha llamado poderosamente la atención de la mente humana: los cometas.
Los astrónomos chinos llevaron registros detallados del paso del cometa, posteriormente conocido como Halley, desde el año 204 antes de J.C.
En el año 11 antes de nuestra era observaron un cometa durante un plazo de nueve semanas haciendo descripciones de la variación de su forma, tal y como los astrónomos hacen hoy en día.

Hace diecinueve siglos Séneca escribió “Los cometas se desplazan en órbitas como los planetas”.
Aristóteles nos legó que los pitagóricos identificaban los cometas como cuerpos estelares que reaparecen con cierta periodicidad. El hecho de que los cometas no se identifiquen a sí mismos para diferenciarse del resto, hace que la aseveración anteriormente expuesta sea aún más valiosa, ya que los antiguos debían poseer el conocimiento para poder diferenciar a unos cometas de otros. Según los datos proporcionados por Apolonio Mindio, este razonamiento procede de Babilonia, que se anticipó a Pitágoras en bastantes siglos.

El historiador romano Suetonio (siglo II después de J.C.) califica a los cometas como ”estrellas llameantes que son consideradas por el ignorante como presagio de desastres para los gobernantes”.
Esta mente tan preclara es muy moderna, ya que catorce siglos después, en enero de 1681, en nuestra querida y culta Europa, el Ayuntamiento de Baden, Suiza, publicó el siguiente bando cuando “un espantoso cometa” de larga cola apareció en el firmamento: “Todos tienen que acudir a misa y al sermón cada domingo, abstenerse de jugar y bailar, y tomar la bebida por la noche con moderación”.


No queremos acabar con este tema de la Astronomía sin dedicar unas pocas líneas a un tema interesante: la cosmología, que estudia todo lo relacionado con el universo: su origen, su forma, su tamaño, las leyes que lo rigen y los elementos que lo componen. Nació como Ciencia con el filósofo Immanuel Kant y Pierre Simon Laplace hace poquito más de doscientos años.

Pero la verdad es que los libros Huai Nan Tzu, que es de entorno al año 120 antes de J.C., y Lun Heng, escrito por Wang Chung en el año 82 de nuestra era, describen la cristalización de mundos mediante remolinos o vórtices de materia primitiva.

El antiguo libro Popol Vuh de los mayas de Guatemala describe así el nacimiento del mundo: “Como la niebla, como una nube, y como una nube de polvo fue la creación”.

La versión científica moderna de la cosmogonía es ésta: “La escena empezó con la precipitación de partículas de polvo del plano central (ecuatorial) de la nube achatada”.


Bibliografía:
La conexión cósmica - Carl Sagan
Alquimia - Titus Burckhardt
Astronaves en la Prehistoria – Peter Kolosimo
El Mago - John Fowles
El Gran Arte de La Alquimia - Jacques Sadoul
El Mensaje Oculto de La Esfinge - Colin Wilson
Enigmas Arqueológicos - Luc Burgin
Enigmas Sin Resolver – Iker Jiménez
La Arqueología Misteriosa - Michel Claude Touchard
Profeta del Pasado - Erich Von Daniken
Shambhala - Andrew Tomas
Stonehenge - Fernand Niel
Enigmas De La Historia - Taylor Jeremy
El retorno de los brujos – L. Pauwels y J. Bergier
Recuerdos del futuro - Erich von Daniken
Dioses, tumbas y sabios – C.W. Ceram

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