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lunes, 5 de octubre de 2015

El Oráculo de I Ching: La Belleza, la gracia.



El mensaje de la semana a través del I CHING: La Belleza (22)

El trigrama superior es la Montaña, restringe y delimita un lugar.
Completa un ciclo Yin Yang.

El trigrama inferior está representando el Fuego, el brillo, la luz, el calor.
Pone fin al hemiciclo Yang.

Si aplicamos el fuego a lo interior, nos ilumina y nos permite abrir nuestras conciencias.

Si lo aplicamos a lo externos, su luz nos permite ver lo que tenemos a la vista.

En la imagen vemos una escena nocturna porque se encuentra la Luna. Está en fase llena, así que ilumina también la escena.

El Oráculo del I Ching, 22, La Belleza


Delante de ella una montaña con un sendereo serpenteante trazado en su perímetro.

La base de la montaña está cubierta de vegetación, y cerca, en una explanada, hay un fuego del que sale luz pero en lugar de llamas hay un ligero trazo de humo.

En la escena hay zonas en penumbra, no todo queda iluminado por igual, lo que hace que se marque aún más la belleza de las que si permanecen iluminadas.

Desde la antigüedad, las diferentes culturas y civilizaciones han considerado que todo aquello que tenía unas cualidades o talentos y bellezas extraordinarios, tenía una relación directa con Dios, considerándolo un vínculo entre el hombre y la divinidad.

Si seguimos esta pauta podemos pensar que la belleza está fuera, visible a todos en todo momento, pero nada más alejado de la realidad.

La auténtica belleza, la interior, es la que hace que se “brille”. Puede ser su forma, sus proporciones o ese algo que no se ve  y que llamamos gracia.

No es necesario que una persona lleve las mejores galas, ni las joyas más preciosas, es su esencia, la que, si es bella, la que hace que esa persona resulte radiante, porque la auténtica belleza nunca es artificial.

Es una luz, una serenidad y un equilibrio, que emana de dentro, que puede ser efímera o permanente pero siempre intemporal.

Dependiendo de nuestra capacidad creativa, percibimos como belleza distintas cosas, para un geólogo puede ser un pedazo de roca de cuatro mil años y para un maquillador un rostro bien proporcionado. Tal vez sea cierto eso que se dice que la belleza reside en el ojo del que mira.

Toda belleza está unida a la temporalidad, por eso en la Naturaleza, la belleza nace, crece, se marchita, y otra vez vuelve a engendrar belleza.
El problema viene cuando queremos hacerla permanente.

Una rosa no puede permanecer eternamente fresca, con olor y color, se marchita y muere, tanto si está en el rosal como si la hemos dejado en un florero.

Debemos aceptar la belleza cuando la tenemos, disfrutar de ella y del tiempo que dure, y cuando la vayamos perdiendo, no quedarnos anclados en lo que tuvimos y ya no tenemos o en cómo fuimos y ya no somos.

Cada etapa tiene su encanto. No podemos capturar aquel momento perfecto y hacer que se prolongue en el tiempo, no debemos permitirnos que sólo de eso dependa la nutrición de nuestro interior, ya que el tiempo es impasible y hace que nuestro exterior se vaya deteriorando poco a poco con los años.

Brillemos aprovechando la belleza que tenemos fuera, pero emanemos luz cuando esa belleza pase y nos deje dentro las experiencias, las emociones de una vida llena de recuerdos de etapas, todas ellas transitorias, que nos han ido aportando sabiduría, consciencia, ternura, y paciencia y no olvidemos, que eso nos hace ser bellos de otra manera.

Sigamos el ejemplo de la Naturaleza, su belleza reside en el amor, porque es generosa, elegante y su capacidad de embellecer no conoce límites.

Podemos iluminar una estancia, simplemente sonriendo sinceramente y siendo apacibles y simpáticos, no son necesarios adornos ni falsedades.

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