En
España, no sólo hubo brujas en Zugarramurdi, también en otros pueblos, pero sí
son las más conocidas por la película y por el juicio que hizo contra ellas la
Inquisición.
El
inquisidor encargado de ese caso, Alonso de Salazar y Frías nacido en Burgos, participó
en el tribunal de la Inquisición española que se celebró en Logroño y que juzgó
el caso de las brujas de Zugarramurdi y Urdax, localidades navarras, en 1610,
caso que se había iniciado debido a que un tal María de Ximildegui dijo que había participado en ciertas
actividades junto con otras personas de Zugarramurdi. Unos acusados asumieron
los hechos y acusaron a su vez a otros; las coincidencias de los testimonios fue lo que acabó por convencer al tribunal de
la Inquisición.
En
Junio de ese año, los inquisidores acuerdan declarar culpables a veintinueve de los acusados.
Alonso
de Salazar fue quien se encargó de recorrer poblaciones del norte de España
para recopilar datos sobre la posible existencia de brujas de primera mano, no
haciendo caso a denuncias de terceros porque desconocía cuales eran sus
intenciones.
Finalmente
votó en contra de la condena a la hoguera a María de Arburu por falta de
pruebas, a pesar de que no pudo estar en los interrogatorios a los principales
acusados por haberse incorporado un mes más tarde.
Después
de la celebración del juicio en 1611 perdonaron a dieciocho supuestos brujos y
brujas, a seis los quemaron vivos y cinco en efigie, es decir un muñeco de
forma humana en su representación.
Alonso
de Salazar se atrevió a decir que mucho de lo que se juzgaba como brujería era
fruto de la ignorancia y la superstición que poseían los propios inquisidores.
Se
puede decir que fue en cierto modo un abogado de supuestas brujas y brujos.
Esto
nos sirve como introducción para contar lo que sigue ahora.
Cernégula
es un pueblo de la zona norte del Alfoz de Burgos.
De
este pueblo cuenta la leyenda que todos los sábados las brujas cántabras, que
eran las de las montañas del norte burgalés y Santander, se reunían en una de
las lagunas de Cernégula a celebrar sus aquelarres con el diablo, entorno a un
espino que crecía en el pueblo.
Lo
primero que nos llama la a tención es la orografía de los alrededores.
Se
encuentra en un valle, en una zona que destaca por su color rojo y antiguamente
por sus pedregales.
La
rodean montañas tan peculiares como el gran sinclinal de Peña Ulaña donde se encuentra
la garganta el Portillo del Infierno, antiguamente único paso para acceder a
Cernégula desde esa parte de la provincia (con localidades que todavía
conservan el apellido “puerta” como Villanueva de Puerta), la Sierra de Tesla,
los Montes de Oca, la Mesa de Oña perteneciente a los Montes Obarenes, o el
Cerro de la Muela, donde encontramos a Frías.
No
hemos encontrado información fehaciente sobre esta leyenda, no hay nada escrito
al respecto, ni se conocen testimonios reales de nadie del pueblo de aquella
época, por lo que hemos consultado con la Biblioteca Nacional de España, y en
una publicación de 1929, en la Revista Estampa, sí que aparece un artículo
haciendo referencia a una investigación que hicieron por la época pero que
arrojó pocas luces debido a la falta de apertura de los lugareños, indicando
ellos mismos que todo eran habladurías y que nunca habían visto ninguna bruja
ni ningún rastro de esta actividad.
En
una entrevista que se hizo al párroco por esas fechas, dijo:
-“No les gusta que se mencione… No puedo decir
nada”
Como
si a esas alturas de 1929 todavía tuvieran miedo a verse envueltos en juicios
por hechicerías.
Este
pueblo tuvo su juicio a principios del siglo XVI, cuando se castigaron a
tantos/as en Navarra y la Rioja, tierras clásicas, según dice Menéndez Pelayo.
Si
no fue tan ruidoso como el de las brujas navarras, sí que consiguió al menos que
se extendiera tanto como para incluirla en la de las montañas de Santander.
*(Fragmento
extraído de la Revista Estampa de 1929, del artículo de Eduardo de Ontañón,
titulado “El pueblo de las brujas” de la sección “Tierras de Castilla”). Biblioteca
Nacional de España.
“La leyenda montañesa atribuía a las brujas que
los sábados iban Cernégula (Burgos) a la jila*, y después de chupar el aceite
de las lámparas de las animucas*, entraban en las casas montadas en las garias*
y salían por las chimeneas, dejando allí la enquina*, dice García Lomas en su
“Estudio del dialecto popular montañés”.
Estas brujas de Cernégula no eran, según se
deduce, más que joviales.
- “Se reunían junto a la charca, montadas en sus
escobas; así se lo oí a mí abuelo”—me dice un viejo que vivió en el pueblo.
Junto a la charca o “alrededor de un espino que
hay en el páramo”, conseguimos que nos diga el cura.
No hay mucha seguridad en el sitio donde se
celebraban los aquelarres.
Según la autorizada opinión de otro hombre de
Cernégula, que ahora vive lejos del pueblo, el origen de todo esto fue obra de
los arrieros.
-“De los arrieros, sí, de los arrieros… Cuando
paraban en el pueblo, se entretenían en ir a los hornos donde se cuece el pan y
hacer renegar a las viejas que estaban allí trabajando... Ellas salían
corriendo a pegarles con las jalas; y, claro, como iban desgreñadas y fachosas,
dieron en llamarlas brujas.
Versión inocente junto a la del mozo que le
escucha y exclama muy decidido;
—“¡Pero si dicen que volaban y todo!”
No
podemos decir si la leyenda es sólo eso o fue real, ya que no hay casos
documentados. Nos ha llegado de oídas que en la zona de Frías, no podemos
concretar nada porque no tenemos datos ni documentación, parece ser que sí que
hubo una sentencia inquisitorial, pero no hemos encontrado nada al respecto.
Sea
como sea unos pueden pensar que eran viejas que recogían plantas y hacían
ungüentos y otros que realizaban oscuros rituales en las noches de luna llena
alrededor de un espino. Nunca lo sabremos, el tiempo y el silencio de las
gentes hace que las verdaderas informaciones permanezcan dormidas para toda la
eternidad.
*Jila:
reunión en invierno
*Animucas:
representación gráfica de las ánimas del purgatorio
*Garias:
apero de labranza en forma de horca metálica
*Enquina:
Inquina, aversión, mala voluntad.
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